No Pongas Nombre al Olvido

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16 de agosto de 2022

PREGÓN DE LAS FIESTAS PATRONALES DE SAN ROQUE, GIBRALEÓN, 2022

                                                                  

                                                                                                                            Fotografía de Manuel Pérez


Ante todo agradecer a la alcaldesa Lourdes Martín Palanco y al Ayuntamiento de Gibraleón el que hayan pensado en mí para ser la pregonera de las Fiestas Patronales de este San Roque de 2022.

Una propuesta con la que me sentí muy honrada y acogí con mucha ilusión, a pesar de representar la misma una responsabilidad enorme.
A lo largo de mi trayectoria me he definido en varias ocasiones como anti pregón, soy poeta y estoy acostumbrada a la indisciplina de la poesía y a la libertad a la que ella me lleva a través de los latidos.Como ya podrán suponer para mí significa todo un reto, el dirigirme a mi pueblo esta noche, eso sí, el amor a mi gente nunca me falta.

Quiero agradecer, a mi querido amigo Jaime de Vicente la hermosa presentación de mi persona. Jaime representa para mí muchas cosas. Jaime, junto a su esposa Loli Bosque, me dan la certeza de que la generosidad existe, de que existe el fruto del trabajo y la entrega, ellos me enseñan a caminar y a construir, gracias, gracias, Jaime, por tanto.

Pretendo, queridos paisanos, que este pregón sea un viaje en el tiempo a través de los ojos de una niña, así que permítanme que vuelva a los tiernos años de mi niñez y juventud para iniciar junto a vosotros esta andadura.

Gibraleón es un canto a la esperanza que se asienta a las orillas del río Odiel, la espuma blanca de un océano que espera sus aguas. Es el cante en las tabernas regadas con el mosto de nuestros campos, el aceite dorado de los olivares de nuestros antepasados.

Mi madre pudo ir al hospital, pero quiso que naciera en este pueblo, en el número 48 de la calle Tharsis, en su dormitorio. Fue Doña Juanita quien la asistió en el parto, y mis vecinas Luisa, Leonor, Pepa la morena, Bella, Teresa, Antonia y Josefa las Herreras, Josefa y Pepa las de Ángel, Miguela, Carmen la de teresa y Reyes, las que dieron la bienvenida a la nieta de Catalina y Manuel, el de la huerta.


Abandoné la placenta

sin romper el cordón umbilical
 
que aún me une a mi madre.
Ella, creadora de la primera caricia,
testigo de mis primeros pasos,
recipiente cristalino
donde se amansan mis aguas.
Ella, cuna donde volver a la posición fetal,
abrigo que nunca pasa de moda,
útero dispuesto a parirme cada día.

 

En Gibraleón nací y aquí he criado a mis dos hijos y es aquí donde sigo escribiendo mi historia.


A mis hijos yo los hice verso a verso,
Latido a latido, ellos son mi mejor poema.


En las tardes de invierno y para que a los niños se nos abriera el apetito, las madres nos llevaban de excursión a los pinillos Redondo.

En verano era el río el protagonista.

En el eco de las tardes de agosto aún me parece escuchar al heladero a la hora de la siesta, y la algarabía de los chiquillos de la calle, ante la tesitura de elegir entre los dos únicos sabores existentes: el de fruta o el de mantecado, todo sucedía bajo el calor de las 5 de la tarde y a la voz del “hay helaoooo”. Los niños disfrutábamos de nuestro pequeño cucurucho mientras las madres y las abuelas preparaban la merienda para ir a bañarnos al río. En fila iban todas las vecinas bajo la sombra de un paraguas con sus niños. Primero el baño, luego la merienda, para volver a casa, cansados y felices, a la espera de que llegase el día siguiente.

Antes de dormir, salíamos un ratito al fresco con los vecinos, con quien a veces compartíamos cena, conversaciones y alguna que otra partidita a las cartas, todo ello con las estrellas como testigos, al fresco de la noche. Recuerdo el canto de los grillos, esa extraña atracción que ejercía sobre mí en el silencio de la noche.


Todo se detenía cuando llegaban las Fiestas Patronales de San Roque. Bailar hasta casi el alba, descansar y levantarse tarde…
Las niñas estrenábamos vestido nuevo y soñábamos con ser mayores para ir al cotillón con un traje largo, el mantón de manila y flores en el pelo.
Recuerdo que yo esperaba con más ilusión la visita al Certamen Nacional de pintura que, por aquel entonces, acogía el colegio Miguel de Cervantes y que este año cumple su 71 edición, que el acto de elección de la Reina del Pueblo.
Sin embargo, mi
hija Gloria Suárez, fue dama de Honor de estas fiestas en el año 2009 y fue muy feliz.
Los panturranos que emigraron a otras tierras, retornaban, como las golondrinas de Bécquer al nido, a un Gibraleón bellamente iluminado para celebrar sus fiestas. Porque son las raíces las que nos sujetan a la tierra que nos vio nacer y las que nos cuentan de dónde venimos. Ni el presente ni el futuro podrían sostenerse sin un pasado, sin las huellas con que las crónicas de la vida nos van marcando.

Y remitiéndonos a la historia, vemos como a nuestro patrón se le suele representar ataviado con capa y sombrero, con una llaga en una pierna y con un perro portando una pieza de pan. A la imagen del perro de nuestro patrón, los olontenses, le colgamos al cuello una rosca para tener presente que la figura del animal fue clave para salvarle la vida al santo.

Roque fue el hijo del gobernador de Montpellier, Jean Roch de La Croix. Nació, según algunos historiadores sobre el año 1295, en la ciudad francesa que en tiempos del santo pertenecía al reino de Aragón. Quedó huérfano a los 20 años, repartió su capital entre los pobres e inició una peregrinación a Roma. Recorrió Italia, que en aquel tiempo estaba asolada por la peste, y se dedicó a curar enfermos y a cuidarles. Se dice que curó a muchos infectados con el simple gesto de hacer sobre ellos la señal de la cruz, se dice que cuando alguno moría él tenía la generosidad de darle sepultura al cavar la tumba con sus propias manos, ya que el miedo al contagio impedía que amigos y familiares se acercasen al enfermo. Es de esta manera como el propio Roque contrae la
enfermedad. Sabiéndose enfermo, se refugió en un bosque para morir, y he aquí el milagro: surgió una fuente donde se encontraba y así calmó su sed, además mientras estuvo enfermo un perro le visitó diariamente portando un pan para alimentarlo. El dueño del animal observó como este salía a diario de casa con un pan en la boca y desaparecía por unas horas. Un día decidió seguirlo y descubrió a un Roque enfermo y solo. Lo llevó a su casa y le cuidó. Cuando el santo se hubo recuperado, volvió a la ciudad a seguir atendiendo a los infectados por la peste y a animales heridos. Sobre su muerte hay dos versiones:

una nos habla de un golpe de mala suerte que hizo que le confundiesen con un espía, que lo apresasen, siendo en la cárcel donde finalmente falleció.
La otra versión nos cuenta que murió en su ciudad natal, Montpellier, desatendido y encerrado por su tío.

En los últimos años, hemos padecido y seguimos padeciendo la pandemia de la covid 19… ¿Cuántos olontenses han rezado a San Roque? Porque San Roque y San Sebastián son los santos a los que las personas religiosas se encomiendan en tiempo de pandemia.
No quería dejar pasar por alto la ocasión de tener presentes esta tarde a los paisanos que nos abandonaron por culpa de esta enfermedad.
No quería pasar por alto la ocasión de transmitir mis mejores deseos de salud a quienes en estos momentos la están sufriendo.
Saldremos de esta encrucijada como de tantas otras, reforzados y con ganas de vivir, saldremos, espero que con una nueva visión de la vida, porque Gibraleón es un carro que tenemos que empujar entre todas las personas que en el residimos. Desde el respeto a la ideología religiosa, política, desde las distintas razas que colorean nuestro pueblo; porque es el odio, amigos míos, una pandemia más peligrosa que la del coronavirus y la única vacuna posible contra este mal es el respeto y el amor al otro.

Y la memoria vuelve y yo sigo siendo aquella niña que tiraba piedras al río. La que se ensuciaba las uñas y el vestido en la huerta de su abuelo, la Huerta Santo Domingo…

 

Mi padre no se enfadaba
porque me hubiese manchado
el vestido nuevo con el fango del regajo.
No se enfada por las uñas sucias,
ni por las piernas arañadas
de trepar a los árboles de la huerta.
Optó por verme crecer feliz y salvaje
mientras observaba mi fascinación por el abuelo.
Esperaba su llegada a la caída del sol,
y aún cansado,
traía las flores de la primavera en su sonrisa.
Llevo en mi cuerpo los abrazos de mi padre,
la doctrina de las alondras
y el piar del gorrión que me trajo
para que le salvase la vida,
mientras me enseñaba
la importancia de volar, la de las alas
.


Yo, como muchos de los presentes, crecí cerca de mis abuelos paternos Luciana y Diego Carrascal. Nací y crecí en la de mis abuelos maternos y la huerta Santo domingo, la de mi abuelo Manuel, estaba al ladito de la casa familiar. Tenía una era, un círculo que parecía el campo de aterrizaje de una nave espacial. No sé bien si por exceso de imaginación, la de una niña que con unos 7 años ya escribía poemas, o por la admiración que siempre sentí por mi abuelo. Mi abuelo, además de escribir poesía, era el mago que hacía surgir de la tierra cualquier tipo de fruto. Me reitero, no sé bien si por exceso de imaginación, pero la era me fascinaba, me dedicaba a observar mientras aventaban la paja mis abuelos Diego y Manuel, a mi padre y a mi tío Manolo y escribía sobre ello. Era la era un templo y mi abuelo Manuel, su dueño, era un dios, él me enseñó entre cantos de trilla el misterio de la zaranda:


Todo lo que acontecía en la era
eran secretos de estado.
Nada salía de aquel círculo perfecto:
ni el crujido de la paja, ni el grito del grano.
Ni las palabras ni el canto de trilla.
Observaba la mascota
y el pañuelo al cuello de mi abuelo
mientras trataba de descifrar
el misterio de la zaranda.
Mi madre en la distancia gritaba:
-Mariiiiiii, la merienda.
Y la vida giraba
mientras yo soplaba dientes de león.
 


Recuerdo como si de hoy se tratase la mercería de la Riberita con Isabel, Pepe y Anita al frente del negocio familiar tantas veces visitado por todos los olontenses.
La tienda de Patricio y Adelita donde para los cumpleaños íbamos las niñas a comprar estuches de colonia para las amigas.
Los maravillosos colores de las madejas de lana que lucían en el escaparate de María Carillo y que en mí, a muy temprana edad, despertó el deseo de aprender a hacer punto. Y vaya que si aprendí, creo que todavía tienen por ahí mis padres y mi marido chalecos que les tejí a muy, muy temprana edad.
El refino de Pastora en la carretera era otro lugar donde las mujeres del pueblo se encontraban para hacer las compras.

No íbamos a la ciudad, por aquel entonces las compras se hacían en la localidad y no había más moda que las que ofertaba Bartolomé en su tienda, Pepe el Ditero o María la de Seldis.

Los electrodomésticos se compraban en los negocios de Blanco, Gerardo, Foncueva y Carmelo Ponce.

Los zapatos se reparaban en las zapaterías de Daniel, en la calle Rufa Rosado, o en la de Domingo, en la calle Santo Domingo. Teníamos unos para salir y otros para los días de diario.


Salíamos del colegio para ir a la Ventilla, un establecimiento dedicado a la venta de golosinas, donde solíamos beber al precio de una peseta por vaso de agua. Hacían unos pirulitos de caramelo riquísimos, pero esos solo los tomábamos los domingos o los días de fiesta. Lo mismo ocurría con los polos, especialmente los de menta, que se vendían en casa de doña Vicenta, la maestra.

A veces al salir del colegio nos encontrábamos con Manolita la Filomena, a veces dulce y a veces desquiciada, a la que todo el mundo tomaba por loca, siempre mal vestida y hablando sola.
Recuerdo una historia que me contaron de pequeña con la que nos reímos algunos panturranos todavía a día de hoy. Una historia que no sé bien si es cierta o forma parte de las leyendas urbanas que todo pueblo posee.
 


Era una tarde de lluvia, a Manolita le gustaba rondar el cementerio, cuando la lluvia lejos de cesar aumentó, a la pobre Manolita la Filomena se le ocurrió resguardarse en un nicho. De vez en cuando sacaba una mano para comprobar si había escampado… en una de estas en que la mano asomaba, la vio el sepulturero, quien corriendo hacia el pueblo llegó diciendo que había visto a un alma de otro mundo. Se dice que los municipales le acompañaron al campo Santo para comprobar que la historia no era cierta y para tranquilizarlo. Al llegar, el sepulturero les indicó cuál era el nicho, de lejos, por el miedo que tenía en el cuerpo.
Todo terminó en risas y en burlas cuando descubrieron que Manolita dormía dentro del nicho, plácidamente.


Con los años he descubierto que las mujeres hemos sufrido el estigma de la locura sobre nosotras. Cuando no entendieron nuestra sensibilidad, nos llamaron loca, cuando no entendieron nuestras razones, nos llamaron loca. Cuando nos atacaron y no contaron con argumentos para rebatir los nuestros, nos llamaron loca. Cuando quisimos ser mujeres libres, nos llamaron loca.
Desconozco si Manolita la Filomena padecía o no una enfermedad mental, pero cuando la recuerdo me gusta pensar que solo era una mujer libre que quiso vivir de otra manera.

 

LA LOCA

Manolita la filomena
deambulaba por el pueblo
a veces real, a veces fantasma.
Conocedora del lenguaje del campanario
pasaba de la alegría a la tristeza
según sonasen la Gorda,
la Chata o la esquila de la iglesia de San Juan.
De la honda pena a la euforia solo un paso.
No puedo aclarar el misterio de su voz,
ni el del eco que propagaba
para luego seguirme los pasos llena de temor
o para reírse a carcajadas.
Ha pasado a la historia como la loca del pueblo,
ahora, que sé qué loca es el apelativo
que el necio utiliza cuando le falta argumento,
quiero pensar que solo era una mujer libre.
 


Esta tarde he venido a hablar de la vida, de la memoria de mi pueblo, de nuestro santo y sus fiestas y por supuesto de mi condición de ciudadana de Gibraleón, y soy mujer.

Hubo en Gibraleón como en el resto del mundo mujeres pioneras, mujeres que decidieron y tuvieron la opción de trabajar fuera de casa en oficios que no eran los de empleada de hogar o las faenas del comercio o el campo.
Un número escaso, pero que ayudaron a dar ejemplo y el empujón que los tiempos en las ciudades ya venían marcando.
Ejemplo de ello serían:

Doña Rufa Rosado, que fue la primera y única mujer de su tiempo dedicada a la enseñanza, y que nuestro pueblo inmortaliza al llamar a una calle con su nombre.

Doña Aurora Moreno, maestra a la que el centro educativo de los Leones debe su nombre.

Doña Herminia, Doña María Cruz, Doña Rosario de la Rosa y Doña María Bermejo que dieron clases a varias generaciones de niñas de nuestro pueblo y más tarde cuando los colegios se hicieron mixtos también a niños, en los centros Belén y Ramón y Cajal. 

Pepa Marín, que era la encargada de la biblioteca del pueblo que se ubicaba por aquel entonces en el paseo.

Carmen Ortega, la que con gran profesionalidad llevó durante años la centralita de teléfono y que tomó a su hija Bibiana Torres como aprendiz. Con el tiempo sería Bibi quien con la misma profesionalidad que su madre ocupase el puesto que ella   
dejó vacante.

Doña Nené, que junto a su esposo compartían la profesión de practicante.  

Doña Juanita, matrona durante mucho tiempo en nuestra localidad y que vio nacer a varias generaciones de panturranos.  

Carmiña Sanz Escalera, ayudante de juzgados en el juzgado de nuestro pueblo. 

Un recuerdo para Matilde Gómez Periañez, que posiblemente fue la primera mujer que escribió poesía en nuestra localidad después de una monja de Aracena que nuestro pueblo adoptó allá por Siglo XVII. 

He reservado un lugar especial para mencionar a una mujer que se trasladó después de su nacimiento en el siglo XVII desde Aracena a Gibraleón para ser la hija adoptiva de Los Duques de Béjar y Marqueses de Gibraleón. Sor María de la Santísima Trinidad llegó a nuestro pueblo para colmar la ilusión de los marqueses que no tenían una hija. Sor María se forma en Gibraleón y es la primera poeta onubense hasta ahora conocida. Ella es la encargada de abrir la cantera de mujeres que escribimos en Gibraleón, ella es la propulsora de la poesía femenina olontense.
Quiero pensar que a través de Sor María, la fuente y, hago alusión a la etimología del nombre de Gibraleón: Monte de la Fuente, repito, quiero pensar que a través de Sor María, la fuente de la poesía fluye a partir de ella como legado para las generaciones presentes y venideras.
 

Y la memoria sigue girando, continuamos con el viaje, y recuerdo a nuestros dos únicos médicos en aquellos años: Don Ernesto y Don Juan. A los practicantes Don José María y Don Enrique, a los que tanto miedo y manía les teníamos los niños. 

Una mención especial para nuestros fotógrafos locales de aquel tiempo: Valeriano Rodríguez y Juan Alemán, este último con una sensibilidad especial que le llevó a moverse también en el mundo de las letras.

La emblemática Imprenta Roca y el recuerdo de Agustín y sus hermanos. 

Y así entramos en los años 80, los años de la Movida, años en los que Gibraleón brillaba no solo sobre todos los pueblos de la provincia, también lo hacía sobre la ciudad. Gibraleón en los 80 fue el centro neurálgico de la noche, de esta manera florecieron los negocios de bares, discotecas, cines y pubs.  

Si los olontenses veníamos cansados de la playa podíamos elegir una noche tranquila de verano en el cine de Tomatera o bien en el de Clemente. Privaban por entonces las dobles sesiones de películas, eso sí, si queríamos ver un estreno primero teníamos que visionar una de chinos o una del oeste, eso era sí o también.
Allí surgieron los primeros besos de varias generaciones, el poder tomar de la mano a la persona amada sin sentirnos observados o juzgados.
 

Otra opción para noches tranquilas era cenar en el bar de Paco Tercero, pasear a lo largo de nuestro emblemático paseo, donde el arte de conversar no se veía amenazado por las notificaciones o llamadas de teléfono.
La opción de los pubs era también muy aplaudida, en ellos disponíamos de parchís, damas y ajedrez, cartas y dados. El Don Miki era un lugar pequeño y acogedor donde varias generaciones nos dábamos cita para charlar, tomar una copa o comer un sándwich. Recuerdo también el Alameda en el parque o el pub Casablanca cerca de la iglesia de San Juan y el de Mure, en la calle Hospital.
¿Quién no recuerda La Yogurtera? Allí podíamos bailar sin la aglomeración de una discoteca, aunque siempre estaba llena de gente. Creo que fue el disco-bar con más éxito de cuantos he conocido a lo largo de mi vida.
Liborio y Ámbito Sur, bares de copas nocturnos donde solíamos quedar, bien al inicio de la noche o bien para tomarnos la última.

Me vienen recuerdos de la revista Municipio donde Juan Alemán escribía haciendo referencia a las discotecas con su relato por entregas llamado Flash de discoteca y…… Ella.
Ellas, las discotecas eran el reclamo de visitantes más importante que teníamos:
La Crysdi, La Titos y la Noniná.
Reconozco que nunca he sido de discotecas, que siempre me ha gustado bailar y me sigue gustando, pero en recintos al aire libre o en lugares menos concurridos, es por ello por lo que no era asidua, aunque la terraza de la Crysdi siempre me hizo sucumbir.
¿Cómo no recordar a nuestro grupo musical Áviate y a su primer éxito, aquel Maldito resfriado que tantas veces nos hizo bailar?

Una vez fuimos los protagonistas de la Movida a pequeña escala, pero es la literatura la que nos posiciona y hace importante a nuestro pueblo, a Gibraleón, en los anales de la historia.

Don Miguel de Cervantes y Saavedra escribe la novela más importante de todos los tiempos: Don Quijote de la Mancha, universaliza a Gibraleón con la dedicatoria que hace al Duque de Béjar y Marqués de Gibraleón. El Quijote es la novela más leída en el mundo, así pues, cada vez que alguien, en cualquier punto de nuestro planeta, abre el libro, se encuentra con el nombre de nuestra localidad en la primera de sus páginas. La literatura ha inmortalizado al pueblo que nos vio nacer.

Me reitero, una vez fuimos los protagonistas de la Movida a pequeña escala, y siempre seremos universales gracias a Miguel de Cervantes.


Aquí termina el viaje que esta noche hemos iniciado a través del recuerdo. Colocaré de nuevo la maleta de las evocaciones en ese rincón del corazón donde todos guardamos nuestra historia.
Un placer haber contado con cada uno de vosotros. De nuevo mi agradecimiento a todos los paisanos y recordarles que la vida es un acto de fe y de concordia, que hemos venido para ser felices y para hacer felices a los demás. Ahora, también guardo a la niña que siempre llevo conmigo y discúlpenla, ya saben que la memoria de los niños siempre es emocional. Vuelvo a ser la adulta, la que estará siempre dispuesta a saludaros y ayudaros si se diese y prestase la ocasión.
 

Buenas Noches Gibraleón, y ahora sí, vamos a disfrutar de las fiestas. Feliz San Roque 2022.